lunes, 18 de febrero de 2013

UN ATAJO A LA VIDA Relatos 30

                                        
-         Bueno, ya estás donde querías, ¿no, gilipollas? Te lo has ido buscando poco a poco, con aplicación, como un atajo a la vida.
Quien se expresa así no lo está verbalizando, es un diálogo sin palabras a una figura que sobre un mármol y bajo una sábana permanece en el depósito de cadáveres a la que ha tenido que identificar previamente.
-         Cuando a padre lo mandaron a casa, con los pulmones reventados de polvo de amianto, tú todavía podías haber llegado a algo.
El hombre, pues de un hombre se trata, tiene un aspecto cansado, calvicie prematura y hombros caídos que no muestran ni hacen suponer que la treintena cumplida queda demasiado próxima; las huellas del trabajo duro han castigado sus manos y su aire es bronco y a la vez desdichado.
-         Pero el niño no quería estudiar, el Instituto “no le iba” y sus amigos: “el Choto”, “el Pistolas”, “el Corto” y “el Pelao” le ofrecían mejor porvenir en la calle, ¡en la puta calle todo el día!, ¿ verdad ? Mientras, tu hermana ya trabajaba en una zapatería de mierda, aguantando a un jefe sobón, para traer ayuda a casa y que tú pudieses merendar pan y choped con colacao, cuando se te ocurría venir.
-         Yo, ya lo sabes, salía los lunes a trabajar con la bolsa de la ropa y volvía los viernes cuando podía; a veces pasaban hasta tres semanas sin asomar y la dieta ayudaba a salir adelante, más mal que bien.
-         Te veía “torcerte”, los viejos no podían contigo y el día que descubrí, la vieja lo largó, que les robabas dinero “pa tus vicios”… no me pude contener y te largué un guantazo; un disgusto del carajo  “tú eras el chico y yo nadie para censurar”.
-          El trabajo te producía urticaria, pero el dinero te hacía falta ¿verdad, gilipollas? Ya estabas “enganchado” y como necesitabas “pasta” hacíais “trabajillos”. Al “Pelao”, me enteré, lo pillaron asaltando un estanco, iba por libre ese día, y le cayeron siete años en Alcalá. Los tres restantes os convertisteis en “suministradores” de “el Turco”, al que llevabais el material de vuestros robos; ya la pasta lo era todo…sin “caballo” no podíais “galopar”.
-         Me ha llamado Riquelme, el que se salió del barrio y se hizo poli. No quería que Lola, tu hermana, que siempre te vio pequeño, ni los viejos, que están “más p´allá que p´acá” vinieran aquí; a la vez te identificaba y me informaban como familiar.
-         Tú y “el Corto”, con una “motillo”, habíais ido a atracar una farmacia en la calle Rambla, ¡por tercera vez en dos meses, menudos gilipollas!, además tú llevabas una “pipa”, ¿para qué cojones llevabas una pistola que no traen más que problemas y mala suerte?. Si la llevas es para usarla, ¿no, cabrón? Tuvisteis mala suerte, un poli de paisano estaba buscando medicinas y cuando salisteis con el dinero y las “anfetas” os dio el alto. Se te ocurrió disparar desde la “motillo” y ahí fue todo, tú aquí tieso y “el Corto” en el Macarena con dos balas en el cuerpo.
-         Y esta cabronada es lo que tengo que contarle a la Lola y a los viejos dentro de un rato.
-         Lo siento, Paco, Currillo, bien lo sabes, las cosas no salen siempre como uno quiere, ¿verdad?
Riquelme toca en el brazo al hombre y ambos salen del depósito.