lunes, 22 de abril de 2013

VIDAS APACIBLES Relatos 31

                                  
 La ruptura matrimonial de Andrea no tuvo nada de traumática.
Jaume, su ex, creía que la vida que llevaban era “demasiado apacible” y se había largado con una buñolera free-lance y su Vanette; para que luego digan de los emprendedores.
Fue un matrimonio sin descendencia ni trascendencia.

Ello marcó un antes y un después para Andrea. Acordó con la editorial para la que trabajaba que dejaría de traducir novelas sentimentales y románticas y crearía género negro.
Se había cansado de juegos de escondite con Cupido, Eros, esposas seducidas por esposos de amigas y viceversa para terminar, siempre, en bodas felices; historias que, a pesar de ello, se convertían en auténticos “best-sellers”.
Andrea decidió tener en vilo a sus lectores por una razón más prosaica, el crimen.

Sus primeras novelas, nada de un arranque tímido, ¡dos a la vez! : “El cadáver sin pololos” y “Asesinato en la mercería” causaron tal impacto que acapararon reseñas incluso en los suplementos literarios de la “prensa bien”. Se alababa calurosamente su capacidad para crear personajes, con brío, creíbles, hasta tal punto que se afirmaba “tenían vida propia”.
Si de algo se vanagloriaba Andrea ante quienes le preguntaban era: “ella creaba los personajes, les daba vida y los mismos, con su hacer, marcaban el camino de la historia”.
Una de las peculiaridades creativas de Andrea era la de nombrar a sus personajes: A, B, C, y así sucesivamente y una vez concluida su obra ya les ponía un nombre de pila, de entre los cuales nunca faltaba un Jaume.

La mañana del seis de febrero, Olga, la asistenta que venía por horas los miércoles, descubrió a Andrea desplomada en su sillón con una estilográfica clavada en el pecho y una gran mancha de sangre, mezclada con tinta, empapando su blanca camisa.
De inmediato contactó con el 112 y en simultáneo policía y médico se personaron para que el último solamente pudiera certificar la muerte violenta de la autora.
La investigación, durante meses, no arrojó ninguna luz: el piso estaba cerrado; Olga la única persona, además de Andrea, que poseía un juego de llaves de la casa, no había tenido posibilidad material de cometer el crimen; no se descubrieron huellas de nadie ni señales de haber sido borradas;  la estilográfica sólo tenía  huellas de su propietaria y Jaume estaba en Alcorcón, en fiestas, vendiendo buñuelos como un bendito.

Sobre la mesa de trabajo se encontró un manuscrito en que los personajes estaban creados, pero la policía nunca podría saber quienes eran A, B o C.

1 comentario:

  1. Esta historia puede (y debe) tener una continuación. Me he quedado en vilo.
    Un abrazo,
    Bea

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