Llegó en silencio, como queriendo pasar inadvertido; pero a pesar de sus esfuerzos no lo conseguía.
Tenía una mirada límpida, tímida y honesta y quería aprender a escribir pensamientos, sensaciones, vivencias, porque a lo largo de su vida, aseguraba, lo que había hecho era escribir: procedimientos, normas, informes y elaborar documentación técnica.
Creía llegado el momento de dejar expresarse a la persona que compartía al técnico.
Relatos, cuentos, historias, siempre con un marcado sentido solidario, que evolucionaban hacia una sensibilidad y una frescura en su expresión al ritmo que se fue “dejando ir”.
Escribió cuentos para los suyos, escribió sobre gente que no llegaba a fin de mes; sobre limpiadoras que acababan molidas y tenían un rasgo de suerte, sobre la injusticia señoreada sobre todos. Su ficción era menos ficción porque asomaba, bajo una capa muy fina, una realidad que avasallaba y era imposible oír o leer la historia sin ver enfrente al personaje que él había creado.
Su último cuento, “Retorno a la infancia”, (cuento para niños de hoy) como le subtituló, era una alegoría a la monarquía y su conversión en gente corriente que codo con codo trabajaría para el bien de todos.
La capa de introversión que la vida, con duros ataques, le había ido creando fue poco a poco rasgándose hacia alguna dirección y transmitir esa humanidad y bonhomía que quienes hemos sido sus amigos hemos podido disfrutar.
Se ha ido, también silenciosamente, como sin querer molestar.
Hasta la vista, José Luis.