sábado, 27 de agosto de 2011

SÉ QUE MI PADRE DECÍA - Willy Uribe (Reseñas 23)

Willy Uribe sabe contar historias;  historias de los años del plomo, del lumpen y la alta burguesía, de la Reconversión Industrial y de chapuzas.
Y Willy Uribe busca para sus historias unos personajes duros, sin sensibilidad, con las ideas muy claras y sin escrúpulos. Y a partir de ellos construye una novela en donde el meollo va, viene, vuelve y se retuerce sobre sí mismo como el piso del padre de Ismael “ con un pasillo que gira sobre sí 180º” y nos deja, al final de la casa, en la calle y con la puerta detrás.
Y queda aquello de “un espermatozoide, una ameba y… la revienta”. Al fin y al cabo, es lo que su padre decía.


miércoles, 24 de agosto de 2011

ALGO SOBRE ROCK´N´ROLL (Ensayo 9 )

 El Rock ´n´Roll, nacido oficialmente con el tema “Rock Around the Clock” e interpretado por Bill Haley and his Comets en 1955 nos fue mostrado en “Semilla de Maldad” (1957) de Richard Brooks. Como un Saturno que devora a sus hijos acaba de llevarse a uno de sus padres, aunque parezca paradójico.

Casi todo el mundo sabe que una canción firmada por Lennon/ McCartney es un tema de The Beatles y otra que lo sea por Jagger / Richards lo es de The Rolling Stones; pero una firmada por Leiber/Stoller suele decir poco.
La historia de la música popular, desde mediados del siglo XX hasta hoy, tiene una asignatura pendiente y esta es hacerse desde el conocimiento de los compositores, siendo múltiples las producciones y ediciones de Historias de la Música Rock que dándonos a conocer exhaustivamente sus intérpretes prescinde de sus creadores.

Nadie, salvo los muy especializados, busca una composición de música clásica por sus intérpretes y sí por sus creadores: Beethoven, Mozart, Brahms, Stravinsky, Haendel y así hasta miles de compositores ; pero nadie pide en una casa de discos; Pomus, Bartholomew, Leiber...etc

Ayer a los 78 años fallecía en Los Angeles Jerry Leiber (letrista) que junto a Mike Stoller ( compositor) dieron al Rock´n´Roll lo mejor de sí mismos y lo más genuino que “la música del diablo” dio a varias generaciones.

Decir Leiber/Stoller es decir : “Hound Dog”, “Jailhouse Rock”, “King Creole”, “Kansas City”, “Charlie Brown”, “Poison Ivy”, “Stand by Me”, “On Broadway”, “Spanish Harlem” … interpretados por Elvis Presley, The Coasters, Fats Domino, The Drifters, Ben E. King, Triny López, Big Mama Thornton, The Beatles, The Rolling Stones, etc. y es constatar que al menos dos generaciones han oido, bailado o se han “arrullado” con sus temas, repetidos hasta la saciedad, por miles de cantantes y grupos que desde entonces ha habido.

Contar la evolución de la pareja compositora, desde 1949 hasta finales de los 70, del que se pueden encontrar datos y referencias en múltiples lugares no es objeto de este pequeño homenaje sino pedir a los especialistas esa esperada “Historia ,distinta, de la Música Rock y desear:

LARGA VIDA AL ROCK´N´ROLL

miércoles, 17 de agosto de 2011

LA SOCIALIZACIÓN DE PEPE (Relatos 22)

Pepe ya “tenía uso de razón” y se sentía mayor, de modo que oyendo a unos y otros sobre las “ventajas de socializarse” - entonces no se decía así- decidió probar su facilidad de inserción en grupos.
De modo que se dirigió a la casona de la calle del Obispo en dónde, cuando pasaba con su madre, se oían tantos gritos y ruidos. Era un edificio de piedra con un patio porticado en medio del cual se encontraban dos mesas de pimpón en las que cuatro chicos competían; a su alrededor , en varios bancos había una mescolanza de chicos, de entre ocho a catorce años, esperando turno para jugar en medio del griterío.
Pepe se sentó, después de ver que no conocía a nadie y se puso a esperar su turno; él no había jugado nunca al pimpón, pero pensaba era fácil de aprender.
No habían transcurrido diez minutos...unas voces diciendo: “A reunión...a reunión” atronaron el patio, lo que produjo una desbandada hacia el piso superior de jugadores y de quienes aguardaban, entre ellos Pepe quien absorbido por la avalancha se encontró en la reunión..
Allí, en una sala y sobre un estrado, un muchacho de unos dieciséis años, con pantalón gris oscuro, camisa azul mahón, correaje ostentoso y boina roja sobre la hombrera se definió como jefe de centuria y comenzó a hablar un galimatías en dónde las palabras: patria, consigna, deber se oían entremezcladas con sinsentidos o cuestiones que Pepe no sabía discernir.
Eso sí, a Pepe le quedó muy claro que para entrar a un despacho había que entreabrir la puerta y con voz alta, firme y clara había que decir:
  • ¿ Me das tu permiso , camarada?
y ante la supuesta autorización había que abrir totalmente la puerta y con el brazo derecho alzado y extendido con la palma hacía abajo decir.
  • ¡Arriba España!

A Pepe aquel lenguaje bronco, chulesco, cargado de testosterona barata y con mucha jerigonza: taconazos, giros, golpes de asiento al levantarse y sentarse, muchos “sí, camarada”, “no, camarada”...etc no le convencía demasiado y ese mismo día decidió no volver porque “eso no era lo suyo”.

Más adelante, un amigo le habló de que “también se podía jugar al pimpón, al ajedrez y a las damas en un edificio junto al Arco de San Lorenzo” y allí dirigió sus pasos en busca de “socialización”.

Si bien este edificio era también de piedra sus dependencias eran como más informales, no había salas con filas de asientos de madera abatibles y se percibía poco adoctrinamiento, se veía poca gente y resultaba más fácil llegar al turno de jugar al pimpón; consecuencia de ello fue que Pepe descubrió su desconocimiento y dificultades para jugarlo lo que le hizo eliminar dicha actividad como útil para su “socialización” ya que no sabía ni coger la paleta.
A aquel sitio Pepe fue varias veces, aprendió a jugar, con cierta habilidad a las damas, hizo algunos conocidos-amigos y permaneció un cierto tiempo.
El detonante de la huida de Pepe lo produjeron las fichas: Consistían en unas hojas de pequeño formato en que aparecían, perfectamente detalladas, todas las actividades que un católico de pro podía realizar; estando cada una de ellas acompañada por una casilla a su derecha para completar con un número o una aspa.
Así desde: confesiones, comuniones, primeros viernes de mes, rosarios, visitas al santísimo, sabatinas, vía-crucis, adoraciones nocturnas, ayunos, abstinencias...no había actividad relacionada con la piedad, el decoro, el apostolado o la religiosidad que en el dichoso papelito no apareciese con su casilla correspondiente.
La ficha requería ser rellenada con las acciones realizadas por el interesado, identificado como autor, y entregada periódicamente al tutor del grupo uno de los amables jóvenes que compartían con ellos juegos y actividadesy sobresalía como líder; cierto es que el control de la entrega periódica de la ficha se realizaba de una manera laxa pero de vez en cuando se recordaba.
A Pepe eso le empezó a traer problemas de organización, identificación e intimidad; él era un chico que asistía a un colegio nacional y sus actividades religiosas se limitaban a la asistencia a la misa dominical y nada más. Pepe empezó a entrar en conflicto con la hoja, las actividades a realizar según la misma arrojaban un saldo paupérrimo, y le parecía que no cumplía el standard de los chicos que compartían con él actividades entre las que se contó una divertida excursión al campo; de manera que un día dejó de asomar por el caserón y cerró ese capítulo de su historia.
Quedóle, a Pepe, un buen recuerdo de la gente de allí, los tutores eran amables, utilizaban un lenguaje educado y sereno y Pepe dejó aquello con una sensación de “haberle fallado a alguien”.

Pero no hay remordimiento que dure demasiado en un muchacho de nueve años y Pepe inició lo que sería el tercer intento de “socialización”, en este caso no programado

Por las tardes, a partir de las seis,se reunían en la sacristía de su parroquia algunos chicos, vecinos mas o menos próximos o conocidos y enterado de ello Pepe se presentó allí, eso se llamaba ir a la catequesis...pero aquello tenía aspecto de tertulia de chavales.
Los que llevaban más tiempo andaban atentos a la hora, que marcaba un gran reloj de pie que había a la izquierda de la cómoda,y se embutían en unas sotanas de monaguillos y de esa guisa ayudaban al cura a decir la misa acostumbrada. Otros estaban preparados para subir al campanario y llamar, a golpe de campana para la realización de cualquier acto litúrgico; a estos últimos Pepe y su amigo Eufrasio los miraban con embeleso al verlos subir y luego oír los distintos “toques” que marcaban el ritual que en la iglesia se iba a desarrollar en un período de tiempo próximo.
Cuando no había misa, campanas, entierro o parecido el cura más joven se sentaba con todos y les explicaba alguno de los arcanos del oficio sin beneficio, de monaguillo. También surgían algunas preguntas sobre los sacros misterios cuya respuesta era archivada en la memoria de Pepe.
Una tarde, en que la sacristía era un nido de frescura, y estaban pocos llegó D. Francisco, el coadjutor, y dijo que había que tocar a misa de siete. Eufrasio y Pepe vieron que era la ocasión que tanto habían esperado y corriendo se dirigieron, auto investidos de campaneros, escaleras arriba por la torre hacia lo alto del campanario.
Y allí estaban: dos hermosas campanas de bronce, con unos badajos descomunales y unas enormes sogas para hacerlos sonar y a esta labor se pusieron Pepe y Eufrasio con energía.
Resulta que ninguno de los dos tenía demasiada idea del manejo de ese determinado instrumento de cuerda y que el “arcano campanil” no había sido explicado en su presencia, por lo que llevarían diez toques o así cuando fueron llamados por el hueco de la escalera para que dejasen su labor y cuando bajaban fueron “obsequiados con sendos coscorrones” por los campaneros oficiales que iban en sentido inverso.
La razón: como profanos en la mística, el arte y la métrica del campaneo, en lugar de llamar a los feligreses a misa estaban “doblando a muerto”.

Días después, en casa, Pepe hizo un inventario de sus magras posesiones, se aseguró una fuente de lecturas varias, tomó sus bolsitas de chapas y canicas puso bajo su brazo unos tebeos para cambiar en el “puesto” y tomando escaleras abajo se dirigió a “socializarse” por su cuenta.

sábado, 13 de agosto de 2011

PATRULLA DE RESCATE - Pedro Avilés (Relatos 21)



Eva consiguió  pulsar el botón de alarma del móvil a duras penas.
Mírame —dijo él.
Silencio.
Que me mires, joder.
Silencio.
¡Mírame, coño!
Silencio.
El camión de la basura, a las dos, puntual, carraspeó cansino en la madrugada triste del barrio popular. La luz de la farola de enfrente,  intermitente, titilante, aliada del frio, penetrando los vidrios rotos de la ventana de la cocina, iluminaba el sombrío rostro del hombre.
Estarían al llegar.
 — No me hagas esto.
Silencio.
¡¡Que me mires, hostia!!
Qué miedo.
Eva obedeció. Levantó la mirada desde el suelo hasta la cara congestionada de él.
El cuchillo en la encimera.
Llegarían a tiempo.
No me hagas caso, mi amor —cambió él de registro, una mano levantada hacia el rostro de ella en ademán de caricia inconclusa—. Voy a cambiar.  Te lo juro.
Silencio.
¡Mírame a la cara!
Ya vendrían de camino, raudos a salvarla.
¿Qué tienes escondido en la mano,  so puta?
Eva escondió el móvil.
Tenían que estar en el portal; ya subían, seguro.
¡¡Les has llamado, cagondiós!! —repitió él, cuchillo en mano.
Llegaron a las siete. La sangre coagulada de Eva irisaba el linóleo del piso de la cocina cuando entraron.


jueves, 11 de agosto de 2011

LA XXIV SEMANA NEGRA DE GIJÓN – (Incursiones 2 )

El pasado 31 de Julio la Semana Negra de Gijón cerraba sus puertas tras el balance y clausura por parte de su director Paco Ignacio Taibo II; simultáneamente se daba el banderazo de salida para la celebración de la XXV Semana Negra.
La Semana Negra es un proyecto distinto de lo que en nuestro país e internacionalmente podría ser un encuentro entre escritores, lectores y libreros relacionados con la novela de género.
Es un evento, cuya duración es de diez días que se inicia con la salida del Tren Negro en Madrid el viernes y culmina dos domingos más tarde, en donde: autores, lectores, curiosos, veraneantes, paseantes, vendedores, libreros, artistas, músicos, fotógrafos, periodistas, organizadores, restauradores, buscavidas, poetas e “indignados” este año, se amalgaman en carpas, casetas, chiringuitos y calles abarrotadas para decirnos que la cultura es todo eso.
Mañanas de letargo, que inician su desperezar a la hora del mediodía para iniciando un almuerzo, con sobremesa extendida, se prolongan en la Carpa del Encuentro en una tertulia en donde el público lector o simplemente curioso asiste, como oyendo tras una jaula de cristal, a los conciliábulos propuestos en el programa.
Devienen, a continuación: las presentaciones, las firmas, los brujuleos de quienes esperan al autor para presentarlo junto a su último libro, de los que ya lo hicieron, de autores que serán elogiados, preguntados y admirados por sus incondicionales, las minitertulias en los veladores externos ante una Pepsi, la entrevista del periodista con el tiempo justo o la del aficionado para ubicarla en sus páginas virtuales...y entre todos la ubicuidad de P.I.T. II.
La tarde avanza, los encuentros, las visitas a las librerías a saludar, firmar y comprar los libros que uno no quiere dejar de llevarse o encargar para su envío, la búsqueda de firmas- algunas injustificables sin esos recuerdos que el autor despertó con obras casi olvidadas- y acompañándolo todo la omnipresente música, un “chunda-chunda” que ora por un rincón , ora por otro se introduce en todos los espacios.
Pero...es la Semana Negra y sigue.
Cambió la manera de hacer política en el Principado y posiblemente de hacer cultura; el rector quiere Cultura - a ser posible controlada- ; los gijoneneses, quienes la han expulsado en algún caso de las proximidades de sus viviendas, convirtiéndola en un festejo itinerante, - no conscientes de la trascendencia de esta feria especial, que consigue traer a ciento cuarenta autores de todos los paises para mezclarlos con ellos y transportar el nombre de Gijón a todo el mundo - “preferirían que no la llevaran” ; lo cierto es que la continuidad, en la ciudad, ha ocupado un lugar importante en las conversaciones mantenidas a lo largo de demasiados días y en la prensa regional un lugar preeminente.
Que en la Semana Negra hay cosas a mejorar, sin duda, y entre ellas: abrir las tertulias de debate a la participación de los interesados que asisten a ellas desde la “platea”, sean lectores, estudiosos o expectantes; el lector- comprador de libros es un elemento importante a tener en cuenta a lo largo del proceso, aparte de ser el depositario de las historias que los autores ponen en papel o digitalmente. Potenciar, aún más, la presencia de autores que si no asomasen a sus carpas serían perfectos desconocidos, sea por política editorial o por no estar en los focos de atención. Posibilitar que tantos y tantos autores hispanohablantes transoceánicos, sin conexión editorial, puedan llegaqrnos a través de sus escritos siguiendo su progresión creativa.
Pero la Semana Negra es así, con fallos y aciertos y necesita seguir haciendo lo que durante veinticuatro años lleva, reduciendo los primeros e incrementando los segundos.
Me gustaría poder asistir a la XXV Semana Negra en Gijón.

Nota: He evitado dar nombres, habrían tantos...con quienes he compartido: buenos ratos, silencios, paseos, cervezas, copas, conversaciones... muchas gracias a todos.

domingo, 7 de agosto de 2011

KEHINA - Pedro Avilés (Relatos 20)

Me dije: no podría soportar que esto no hubiese sucedido. Y me dije: pero podría igualmente no haber sucedido y ahora sería el mismo estúpido feliz que era antes de sentirme tan pleno, tan al borde del precipicio de la aventura. La aventura. Tenía treinta y tres años menos que yo, pero eso a ella no pareció importarle.
Por delante, una semana. Poco tiempo. Nada más que lo que dura el resplandor de un rayo en la noche comparado con su belleza, que era inmensa. Las cosas importantes en la vida te golpean así, sin que te las esperes. Se vienen a fundir arcanos espacio-temporales, siempre casuales, ininteligibles, que el destino, si es que existe, se empeña en presentar en un instante que es, pero que podría no haber sido por cuestión de segundos. La consciencia de ello pone los pelos de punta. Las cuerdas del tiempo se empecinan en concatenarse para fundir los instantes en uno solo, propio, fugaz, en el que cabe una sonrisa y una mirada distinta que uno también ha experimentado en connivencia con el otro.
El apartamento que alquilé no tenía lavadora, pero el arrendador, un griego más interesado por los 300 euros que le pagaba al mes, que por mis problemas económicos, me aseguró que podría usar la del piso de arriba, de dos habitaciones, que alquilaba individualmente y que aún no tenia inquilinos en aquél momento.
Si alquilo el piso yo avisaré de que usted tiene derecho a la lavadora —dijo adelantándose a la pregunta que le iba a hacer y ofreciéndome una copia de la llave del estudio y otra del piso de arriba. Pero no cumplió su palabra, como está estipulado que los caseros no cumplan su palabra.
Como sabía eso, cogí la costumbre de llamar a la puerta antes de meter la llave en el piso de arriba. Lo hacía cada viernes, el día de mi colada, para evitar sorpresas. Un día descubrí que estaba ocupado por una jovencita, porque sobre la lavadora reposaban unas bragas usadas de niña joven. No había nadie en la casa. Confieso que al principio no les hice mucho caso y las aparté con cierto asco. Pero me las quedé mirando con perversa curiosidad. El bajo vientre me dio un vuelco y no tuve dudas. Olisqueé con vehemencia su aroma por sentir alguna compatibilidad. Terminé masturbándome sentado en el borde de la bañera con aquellas bragas pegadas a la nariz. Me juré que repetiría cada día de colada.
El viernes de la semana siguiente ella estaba en el piso cuando llamé. ¿Quién es usted?, preguntó viéndome con el barreño de plástico a la puerta. Yo no debía ofrecer el mejor aspecto posible, pero estaba dispuesto a hacer valer mis derechos.
Esto, eh, ummm, ah, hola, soy su vecino de abajo. Tengo que recoger la ropa que he puesto a lavar en su lavadora hace una hora y media. ¿No le ha dicho nada el propietario?
No.
Verá —esbocé una absurda explicación sin mucha gana—…, alquilé el apartamento de abajo con la condición de poder usar…
Vale, vale, pase —dijo sin más, allanándome el esfuerzo y ahorrándose el tener que soportar mis torpes explicaciones.
Al salir de su cuarto de baño con el barreño con la ropa recién lavada, le di las gracias y le tendí la mano. Ella balbució su nombre, pero lo olvidé al instante. Fue entonces cuando tuve consciencia de que aquél momento era único.
¿Desde cuándo vive usted en Atenas? Yo sólo llevo una semana en la ciudad. ¿Qué tal es? ¿Podría darme algún consejo?
Tres meses. Pero me voy dentro de una semana —dije apretando el barreño con la ropa recién lavada aún húmeda contra mi pecho, a modo de defensa—. Tener cuidado, especialmente en el Metro. Hay muchos robos cuando los descuideros perciben a un extranjero.
Vaya, qué pena. Me encantaría que usted me enseñase algo de la ciudad. No conozco a nadie. ¿Quién mejor que usted, que lleva ya tres meses aquí y es mi vecino con derecho a lavadora?
Eh, Ummm…, —volví a balbucir, porque su voz era tan joven como ella, de terciopelo aniñado con acento francés del inglés, si es que existe ese terciopelo, y eso hace temblar las piernas a un tipo como yo.
¿Eso es que sí?
Claro.
¿Quiere tomar un café?
Antes tengo que… —indiqué con la vista el barreño con mi ropa recién lavada.
No se preocupe —contestó quitándomelo de las manos y colocándolo en el suelo de la cocina— Ahora mismo preparo el café— añadió dándose la vuelta. Pero no la dejé. La tomé por los hombros, la giré con suavidad y la besé sin más preámbulos. Lo hice por inercia. Esperé el bofetón de justicia. Pero acabamos con los últimos espasmos en el suelo de la cocina, junto al barreño de la ropa, después de que me hubiese ceñido con fuerza de atleta la cintura con sus muslos, aupada sobre la encimera donde la penetré con una pasión que hacía años creía perdida. Tanta, que sentí miedo.
El devenir de los acontecimientos es caprichoso, pensé mientras me subía los pantalones. Confieso que lo que me movió a ese estúpido pensamiento fue el hecho de que aquella mujer era casi una niña aún. No era sino un modo de defenderme de aquél último cartucho que me ofrecía la puta vida.
¿Cómo se llama?
Adiós— contesté. Me subí la cremallera del pantalón, recogí el barreño con la ropa y bajé a tenderla a mi pequeño apartamento.
Aquella noche en el hotel donde trabajaba discutí con un cliente que llegó borracho a las cinco de la madrugada. Si el tipo hubiese sido un poco discreto no le habría obligado a que la puta que lo llevó, la “Zri Finge”, pagase el peaje de la habitación, pero el mamón en concreto era un borracho chulo. Me dejó tumbado tras el mostrador de formica de la recepción con sabor a sangre en la boca. El tema se solucionó con la Policía ateniense tocando los cojones a todo el mundo con sus preguntas comprometidas, cosa que no me gustó nada porque sabía que los chulos de la zona me la iban a hacer pagar tarde o temprano.
Al día siguiente confieso que me sorprendió verla ahí plantada en la puerta de mi estudio. Me había hecho a la idea de que no nos volveríamos a ver.
Quiero que me lleve a lugares secretos.
La dulzura de su expresión y su voz infantil me anestesiaron durante unos segundos.
Pasa — reaccioné justo a tiempo de que no se diese cuenta.
Su estudio me gusta más que mi piso.
Pero el tuyo tiene lavadora.
Se rió. De un modo limpio que no encajaba con mi estado mental cínico. Pasé al interior y me acurruqué sobre la cama como un feto a punto de nacer. Encendí un cigarrillo y me la quedé mirando con detenimiento a través de las volutas de humo azul. Era muy bonita. Ummm. Con esa falda más, si cabe.
Sitios secretos de Atenas. Lugares a donde no vayan los turistas. He visto que hay muchos turistas a todas horas en todas partes.
Yo te puedo enseñar sitios en donde no.
Oui, si vous plait! —mostró una auténtica alegría adolescente.
Acércate.
Se sentó a mi lado en la cama. Me miró con intensidad. Alcé la mano y le acaricié el cuello. Gimió, pero no bajó la mirada, la mantuvo firme, serena, escrutando qué había detrás de la mía. Bajé la mano hacia su camisa y la fui desabrochando poco a poco. No había nada que decir. Acaricié sus pechos. Eran como gorriones tímidos calentitos. Después la besé y metí la otra mano debajo de su falda. Tenía las bragas mojadas. Follamos como salvajes.
Creo que usted esconde un gran dolor —dijo cuando acabamos.
Los días de aquella semana se fueron consumiendo uno tras otro como un ciquitraque. Y con ella nuestros encuentros diarios. El último día confesó que me amaba. Le contesté que no había lugar para nuestro amor. ¡Dígame su nombre, dígame a qué se dedica! suplicó con vehemencia.
El amor es algo que dura hasta que el otro te dice que sí.
Cuando sacó la pistola no me impresionó demasiado. Hasta con los papeles perdidos estaba bonita. Oí el disparo.
El País/Agencias/6/2011
Muerte de novela negra en Atenas
El conocido escritor de novela negra Alberto Moravista, fue encontrado muerto ayer en un apartamento de Atenas con un disparo en la frente. Moravista se había trasladado a la capital helena hace tres meses para documentarse en la que hubiese sido su décima novela. Para ello aceptó un trabajo en la recepción de un hotel de mala nota en la zona de Larissa, un barrio obrero y de inmigración hindú. Como consecuencia de estos hechos ha sido detenida una joven estudiante francesa de procedencia argelina de 22 años cuya identidad no ha sido facilitada. La joven cursaba una beca Erasmus de Historia del Arte en la capital griega desde hacía tan solo una semana. Alberto Moravista tenía 55 años cuando se produjo su muerte. La Policía encontró en sus bolsillos el billete de regreso a España para esa misma mañana y unas notas garabateadas con el arranque de su próxima novela.